SONRISAS «LOW COST»
Desde hace varios meses, todas las semanas vuelo desde mi Galicia querida a Madrid para impartir mis clases en el Grado en Protocolo y Organización de Eventos en la Universidad Camilo José Cela. Adoro viajar en avión, bajo ciertas condiciones…
La mayor parte de mis desplazamientos los realizo en compañías aéreas nacionales, mis favoritas por muchas razones, pero he de reconocer que en alguna ocasión me ha tocado volar en compañías de bajo coste.
Cada vez que accedo al avión, tras una larga, interminable e incómoda espera para lograr un buen asiento, siento la misma sensación: todo es bajo coste. La atención ofrecida por la tripulación, rayando la descortesía y nulo afán de servicio; la capacidad de la cabina, reducida al mínimo con el máximo aprovechamiento en el número de asientos; la comodidad y medidas de los asientos, como diríamos en mi tierra: xustiños, xustiños; la lectura que ofrecen, carente de calidad alguna y en otro idioma; la velocidad a la que hablan a través de la megafonía del aparato, ininteligible, ¡y dicen que yo hablo muy rápido!, y siempre primero en inglés antes que en español, lo que considero una descortesía hacia la mayor parte de los que allí nos encontramos, españoles; la suciedad de los espacios donde se sitúan los asientos, ¡y nunca he entrado en los aseos!; y un largo, larguísimo, etcétera.
La nota positiva la ponemos los pasajeros; en todos los viajes, sin excepción, se ha respetado sin incidentes tanto la entrada como la salida de la cabina priorizando a las personas que ocupan las primeras filas. Solemos ofrecer un educado buenos días o buenas noches, en mi caso, así como un adiós, cada vez que accedemos y salimos del aparato. Saludo cordial que, por otra parte, no siempre recibe respuesta. Y cuando nos ofrecen algún producto, alimento o bebida, lo que hacen constantemente a lo largo del trayecto, respondemos con un afectuoso: “no, gracias” y algún “si, por favor”.
Pero de todo lo negativo de estos viajes low cost, lo que más me choca y me disgusta es la ausencia de sonrisas. He de reconocer que hago verdaderos esfuerzos por captar alguna durante el, afortunadamente, breve tiempo que dura mi traslación pero nada, mis resultados son infructuosos. Me refiero exclusivamente a las que nos dedica la tripulación a los pasajeros no las que sí observo en sus charlas privadas. Para hacer honor a la verdad, en el último trayecto que he realizado en una compañía económica, una de las azafatas esbozó un conato de sonrisa en dos ocasiones. Todo un record… Eso sí, se trataba de una sonrisa profesional, exclusivamente. La verdadera sonrisa ejercita un montón de músculos alrededor de los ojos y la boca, nada menos que diecisiete; proyecta una imagen atractiva; hace feliz a los que te rodean; libera estrés y preocupaciones; y, fundamental, siempre es devuelta. Das una sonrisa, recibes varias sonrisas. Así de maravilloso.
Desconozco qué formación recibe la tripulación de cabina, sospecho que escasa e incompleta, pero me permito recomendarle al directivo al que competa esta función, que insista en la necesidad de mostrar cortesía, afabilidad, respeto, esmero, disposición, tolerancia y humildad con los pasajeros con los que tratan.
Somos personas, aunque el trato que nos ofrecen incita a la duda. Es más, somos personas muy educadas, demasiado para la atención que recibimos. Siempre se nos ha echado en cara a los españoles que somos conformistas. Yo particularmente no me incluyo en esta categoría pero me duele reconocer que en los desplazamientos de bajo coste “tragamos lo que nos echen” y el bajo precio de los pasajes no lo justifica. No busco pelea ni levantamientos pero si ofrecer a estos personajes una firmeza cortés, en nuestras palabras y actos, que estoy segura les daría que pensar. Y de paso les enseñamos a tratar con las personas.
Siempre he seguido el lema: “todo lo que hagas, hazlo lo mejor posible”. Intento ser perfeccionista y discúlpenme pero las bajas condiciones salariales que intuyo cobra esta gente no es excusa para ser groseros, descorteses o bruscos. En este país, y fuera de nuestras fronteras, millones de personas pasan agotadoras jornadas laborales luchando por ganar su jornal de forma digna y honesta, sin que en muchas ocasiones minúsculo sueldo haya sido excusa para ofrecer una desatención de tal calibre.
No justifico bajo ningún concepto que la maravillosa, contagiosa, confortable, positiva, saludable y siempre beneficiosa sonrisa se someta al mismo régimen que los formatos de este tipo de vuelos: low cost.
Prueben a poner en práctica la sonrisa espontánea, ¡es contagiosa!… ¡y gratis!