SABER SER, SABER ESTAR, SABER HACER
“Llaneza, muchacho; no te encumbres, que toda afectación es mala”.
Don Quijote de la Mancha
La comunicación y la convivencia son el propósito de las habilidades sociales por las que todos los seres humanos nos interesamos como medio y fin para mejorar las relaciones que mantenemos con familiares, amigos, vecinos, conocidos, desconocidos, compañeros, colegas, jefes…
La costumbre y los gustos generales de los miembros de una comunidad han propiciado el establecimiento de normas o recomendaciones sobre las conductas apropiadas. Comportarnos en sintonía con el entorno en el que nos encontramos en cada momento, sitio y ocasión sin dejar de mostrar (o manifestar) nuestra personalidad es el objetivo que persigue el tan popular pero a veces malinterpretado “Saber estar” que floreció con la práctica de los buenos modales en las cortes y propició, junto con los inventos y la educación, la evolución del ser humano.
Los códigos sociales de conducta han experimentado profundas variaciones en su avanzar a través de las distintas épocas. Hasta el siglo XVI, todos los textos relativos al civismo, sociabilidad o urbanidad distinguían tres categorías claramente diferenciadas: tratados de cortesía, reglas de moral común y artes amatorias o de placer. En esa centuria, la obra El cortesano, firmada por Baltasar de Castiglioni en 1528 y el tratado De civilitae morum puerilium libellus, primer código social para la educación de los infantes, escrito por Erasmo de Rotterdam en 1530, que introdujo el concepto de civilidad social en la cultura occidental, redujeron a dos las condiciones: manuales de civilidad, susceptibles de enseñarse y aprenderse; y, libros de artes del cortesano, expresión de una virtud individual singular de inviable enseñanza y aprendizaje.
Avanzado el siglo XVIII surge un nuevo género a medio camino entre los manuales de civilidad y las artes del cortesano: Reglas del decoro y de la civilidad cristiana, escrito por Juan Bautista de La Salle que viene a ocupar el lugar dejado poco antes por las normas de civilidad o los manuales del perfecto aristócrata, en clara discordancia con la naturalidad, la libertad de elección y el dinamismo imperante.
En los siglos XIX y XX la urbanidad retoma un importante papel en la cimentación de una sociedad liberal, que evoluciona al ritmo de las variaciones principalmente sociales y políticas, y el papel que ocupan en la misma la mujer y el hombre. Se pretende un modelo de personas respetuosas, disciplinadas, trabajadoras, responsables, de trato agradable y transmisores de estos valores a sus hijos. Reforzar el sentimiento de patria y la sensibilidad higiénico social son las principales innovaciones que incluyen los manuales de urbanidad de este período.
En su adecuación a la compleja sociedad del siglo XXI, las normas de urbanidad se han sometido a un proceso de renovación, modernización y adaptación a los tiempos actuales, al ambiente concreto, a cada situación precisa y a las personas implicadas en el trato, siempre sin perder de vista las hipótesis que la sustentan: expansión de la sociabilidad y éxito de la convivencia, bajo las premisas de observación, prudencia y apreciación.
El fingimiento, la cursilería, la rigidez y la hipocresía no tienen cabida en la conducta y dignidad humanas. La naturalidad es esencial para un proceder correcto y seguro. La integración en grupos comunitarios propicia la deferencia, el aprecio y el interés como lenguaje social que identifica a sus miembros, que construyen su futuro sobre una base sólida en la que la sencillez, la amabilidad, el respeto, la tolerancia, la cordialidad y el sentido del humor ocupan un puesto privilegiado.
Desconocer cuestiones básicas de protocolo social coloca a los protagonistas de las distintas situaciones en una posición incómoda, al desconocer qué hacer, además de situarle en ridículo por esa ignorancia sobre cómo desenvolverse, de forma natural, lógica y flexible, en situaciones realistas y cotidianas.Sin lugar a dudas, todo es más agradable, saludable, conveniente y fácil si sabes cómo comportarte.
Vivimos en una sociedad en la que todo vale; cada persona pelea por sus intereses sin importarle las consecuencias sobre otros seres humanos. La educación social vive en la actualidad un desmerecido período de descalificación y afrenta. Se ataca a todo aquel, niño, joven o adulto, que practica las buenas formas y las palabras comedidas. Descuidamos el trato con nuestros semejantes con los que nos relacionamos a diario tanto en nuestros compromisos académicos y laborales como nuestro estimado tiempo de ocio. La grosería, como sabiamente apunta Alfonso Ussía, es la peor plaga que padece hoy en día la humanidad.
En la actualidad, la formación académica e incluso la experiencia profesional forma parte del currículum de millones de personas y, aún así, con ese historial curtido a base de esfuerzo y dedicación, no encuentran el necesario puesto de trabajo. ¿Cuál es la característica que diferencia a estos profesionales que ofrecen un currículo similar? Sin lugar a dudas, la educación, la cortesía, el saber estar. De qué valen todos tus conocimientos y experiencias si no sabes comportarte correctamente en tus relaciones sociales y profesionales. Aristóteles defendía que la armonía entre los miembros de una sociedad civil era completa cuando existía civilidad, conducta cívica mutua entre los ciudadanos.
La coexistencia, o entendimiento social, demanda unas pautas de comportamiento y relación. Agradar a los demás y pertenecer a determinados grupos sociales son los objetivos de toda persona y el ejemplo es un efectivo método para merecer y disfrutar del respeto que ofrecemos sin olvidar que el respeto dado se convierte en respeto debido y que para recoger frutos, primero debemos sembrar la simiente.
… El que cifra su placer en herir y aborrecer, no es estimado jamás.
Quien no quiere a los demás, no puede hacerse querer…
Jose Rosas Moreno (Nuevo Manual de Urbanidad y Buenas Maneras, escrito en verso para la infancia. 1880)
¿Qué podemos hacer para recuperar el saber estar y poder disfrutar de las maneras y gentileza de nuestros semejantes?
Practicar la sonrisa desinteresada, fundamental en el desarrollo diario social, es portadora de alegría, relajación, felicidad, aceptación, optimismo, interacción, vitalidad, energía y salud, además de ser un poderoso método para combatir el miedo escénico. La poseemos en cantidades ilimitadas, es un recurso inagotable que obtenemos de balde.
Ofrecer con derroche las palabras mágicas (perdón, por favor y gracias), sin contraindicaciones posibles y portadoras de tantas alegrías, satisfacciones y buen hacer.
Ceder el paso, especialmente en el transporte urbano, a personas mayores o con discapacidades permanentes o transitorias, mujeres embarazadas y progenitores que carguen con sus vástagos es una sana costumbre poca practicada por los adolescentes de nuestro país al igual que dejar salir antes de entrar en cualquier establecimiento o local. Todo se aprende…
Ser transigente; dedicar una sonrisa, una mirada de aprobación u ofrecer la mano en caso de necesidad; aprobar otras culturas, costumbres, tradiciones o credos; practicar la escucha efectiva; descartar de nuestra expresión verbal o gestual palabras o ademanes soeces; aceptar otras opiniones, costumbres o ideas; facilitar la integración de personas con discapacidades; tratar de forma justa a los demás meditando las consecuencias de nuestras acciones; interesarse por las personas de nuestro entorno; trabajar la actitud positiva; no alardear de méritos personales; potenciar el raciocinio; practicar la puntualidad; tratar con esmero a los animales, proteger las plantas y respetar el medio ambiente son sencillas pautas que imprimen un valor añadido a nuestro currículum personal y profesional.
El botellón merece un apartado independiente. Sin lugar a dudas, y antes de que la juventud defienda insistentemente su derecho a disfrutar y a beber donde quieran, preservaré los también derechos de los habitantes de las zonas que “arrasan” en su merecido momento de ocio indiscreto. No sólo provocan insomnio, cansancio e incluso depresiones la ausencia de horas de descanso, también la incomodidad y decepción que provoca que nuestros jóvenes asolen las zonas por las que pasan.
Posiblemente hoy les resulte falsa la afirmación que he escuchado de boca de muchos de ellos, años después de practicar esta peculiar forma de esparcimiento: “no es necesario beber para divertirse”. Afortunadamente, muchos de nuestros muchachos serán conscientes de esta máxima en breve, al menos es lo que espero.
Es frecuente escuchar saludos del tipo Cómo te va, tío, Qué pasa, macho… Tía, tío o macho no es un tratamiento que se deba ofrecer, si acaso en un contexto muy informal y con personas de nuestra más absoluta confianza y con una connotación siempre positiva.
Mención especial merecen las boqueadas y los salivazos. Siempre se ha considerado el bostezo una muestra de aburrimiento, desinterés, incluso cansancio. Bostezar abiertamente sin cubrir la boca con una mano, pañuelo o servilleta es una tosquedad. Si en el transcurso de sus conversaciones con otras personas, es propenso a escupir micro partículas de saliva al hablar, no dude en recurrir a estas opciones o en ampliar la distancia a la que se relaciona. Por descontado, escupir, solos o acompañados, es una evidente grosería.
Permítanme finalizar mi exposición con una recomendación concreta, lógica y actual del científico, político e investigador del siglo XVIII, Benjamin Franklin: sea cortés con todos, sociable con muchos, familiar con pocos. Poniendo en práctica el saber ser, saber estar y saber hacer, siendo siempre uno mismo, con sus virtudes y defectos, triunfarán.