RECUPERANDO LA ELEGANCIA PERSONAL
Una buena amiga y colega promovió recientemente un debate en una red profesional en el que formulaba una cuestión difícil de responder: “¿Dónde están los hombres elegantes?”. Me atrevo a introducir mayor complejidad al tema extendiendo la pregunta, y su más complicada aún respuesta, a: ¿Dónde están las personas elegantes? ¿Dónde ha quedado la categoría personal de nuestros congéneres? ¿Se ha perdido totalmente o todavía podemos “rescatarla”?
Es habitual encontrar íntimamente asociados los términos elegancia y belleza, como si una sin la otra no tuvieran sentido, origen o significado alguno. Es también frecuente relacionar elegancia y glamour, elegancia y clase, elegancia y estilo o elegancia y delicadeza. Lo cierto es que se tiende a buscar símiles o comparaciones para definir o descifrar los contenidos de un concepto que por sí mismo es amplio y significativo.
Es obvio que las apariencias influyen en las decisiones que tomamos subliminalmente pero no lo es menos que elegancia es un término magnífico y singular. En nuestro interior tenemos una predisposición natural a ser elegantes y la interiorización y práctica de valores como naturalidad, humildad, tolerancia, sentido del humor, amabilidad, prudencia, sensibilidad, cordialidad, entusiasmo, discreción, nobleza, sencillez, integridad, proporción, flexibilidad y dinamismo y; el comportamiento, nuestro saber hacer, en nuestras acciones diarias darán buena muestra de ella.
Elegancia es saludar a entrar en un establecimiento y despedirse al salir; elegancia es pedir las cosas con educación y agradecer el gesto recibido; elegancia es utilizar un lenguaje sencillo y cortés; elegancia es vestir acorde a la ocasión atendiendo los deseos de los anfitriones; elegancia es cumplir los compromisos adquiridos sin escudarse en absurdas disculpas; elegancia es actuar como se espera de nosotros; elegancia es armonía entre palabra y acto.
Practiquemos la elegancia en el pensamiento y en el discurso; en la expresión gestual: en el trato con familiares, amigos, compañeros, conocidos y desconocidos; en la recepción y expresión de buenas y malas noticias; en el comer; en el cumplimiento de la palabra dada; en el saludo y despedida; en la forma de vestir un traje o defender un peinado; en la cesión del paso; en el cumplimiento de deberes y obligaciones; elegancia en…
Indudablemente, esta elegancia personal que defiendo, que me gusta llamar «categoría personal», está bastante ausente en nuestra sociedad. Aún así, no pierdo la esperanza de que retorne… aunque sea lentamente.
Aspiremos a ser elegantes “en su sentido más amplio”.