EN LA MESA… SE CONOCE AL CABALLERO
Compromiso en el vestir, estilo de vida refinado, distinguida gestualidad, conducta intachable… El patricio romano, el dandi francés, el gentleman inglés o, un término más cercano y apropiado, el caballero español, se caracteriza por ser un sujeto respetuoso,cabal, bizarro, ecuánime, ilustrado y cortés. Una persona virtuosa, paciente, y buen oyente, protagonista de una elegancia atemporal.
Capacidades y aptitudes notables que describen a nuestro prócer, a las que hay que integrar otros atributos materializados en su saber ser, estar y hacer con independencia de la época, circunstancia, ambiente o lugar en el que se encuentre.
“En la mesa y en el juego se conoce al caballero…” y a las señoras, me gusta añadir, es una de las sentencias más conocida, aceptada y divulgada, por muchos de los lectores de este magnífico blog.
La buena mesa es, y ha sido desde tiempos inmemoriales, un lugar de encuentro en torno al cual gira el mercado de reuniones sociales, políticas, intelectuales y empresariales. Un escenario en el que, con mayor o menor solemnidad, se celebran banquetes, considerados actos de cortesía; un entorno en el que entidades y ejecutivos sellan acuerdos empresariales; un espacio en el que se concentran negociaciones delicadas y se estudian operaciones estratégicas; un emplazamiento para festejar inolvidables acontecimientos personales o familiares. En definitiva, un enclave privilegiado, sobresaliente e inimitable en el que experiencias y vivencias se evocan incesantemente en nuestra memoria.
Los placeres de la mesa han provocado, y provocan, debilidades en monarcas, nobles y señores. Enrique III de Francia, a mediados del siglo XIV, dictó las recomendaciones y normas a seguir por los comensales en el primer código del que se tiene constancia.
Unas décadas antes, el Menanger de París había difundido las precisas instrucciones con las que un noble cortesano instruyó a su plebeya esposa con la intención de mantener el decoro en la mesa: “mantener la boca cerrada mientras se mastica y no hablar con la boca llena; limpiarse la boca antes de beber de la copa; no agarrar la ración más grande de la fuente o usar prolijamente la servilleta”.
El Codex Romanoff, tratado de gastronomía y manual de usos y costumbres renacentistas atribuido a Leonardo da Vinci, enumeró hábitos indecorosos de los comensales: “ningún invitado ha de sentarse sobre la mesa, ni de espaldas o bajo ella, ni sobre el regazo de cualquier otro convidado; no ha de tomar la comida del plato de su vecino de mesa (ni poner trozos de su propia comida de aspecto desagradable o a medio masticar en su cuenco) a menos que antes haya pedido su consentimiento; no utilizar su cuchillo para hacer dibujos sobre la mesa; no hacer ruidos de bufidos o dar codazos; no poner los ojos en blanco o caras horribles; jamás hurgar en la nariz o en la oreja mientras está conversando; no conspirar en la mesa ni proponer acertijos obscenos si está junto a una dama”.
Los distinguidos modales que singularizan al hombre sensible y cortés del siglo XXI se plasman en el conocimiento y puesta en práctica de algunas premisas más que se suman a las citadas: acomodarse en el asiento con la espalda apoyada en el respaldo de la silla, una vez que se hayan sentado las señoras; reconocer el consentimiento tácito por parte del anfitrión, indicando el inicio de la degustación, con la servilleta sobre sus piernas; conversar con los contertulios situados de frente, a izquierda y derecha de cada uno; observar las reglas para consumir correctamente los alimentos; sostener adecuadamente los cubiertos y las copas; acompasar ritmo de la comida y conversación; repetir con moderación; no apartar el plato tras la ingesta de viandas ni agrupar en el mismo los utensilios sin utilizar; levantarse de la mesa cuando el anfitrión haya autorizado a ello; y, pronunciar expresiones culinarias únicamente en ambientes familiares e informales. Delicadeza, cortesía y discreción presiden el comportamiento en la mesa.
El binomio Qué eres, qué pareces alcanza su máxima expresión cuando imagen, conducta y modales conforman, en armonioso equilibrio, una imagen natural y espontánea del caballero español.