TIRAR LAS CÁSCARAS DE LAS PIPAS AL SUELO
Hace unos días leí en la edición digital del Diario de Tarragona que una decena de jóvenes del barrio tarraconense de Bonavista fueron multados “por vulnerar la ordenanza general de la convivencia y el uso de los espacios públicos”; los afectados se encontraban “escupiendo y comiendo pipas arrojando al suelo cáscaras ensuciando la vía pública”. El grado de la sanción fue calificado de leve y la multa impuesta, aún cuando podía ascender a 750 euros, se saldó con 375.
Los inculpados ampararon su actitud calificando la reacción de los agentes como una “persecución”, por requerirles la documentación en más de una ocasión además de considerar “intolerable” la multa impuesta por “tirar cáscaras al suelo”.
Buscando información sobre el distrito, la primera noticia que leo en la página web del citado barrio, en la sección Tarragona, cita que los “actos vandálicos cuestan 1500 euros diarios a la ciudad de TGN”. Contradictorio cuando menos…
En defensa de los acusados, he de reconocer que una multa de 375 euros a unas personas en situación de paro, que subsisten con 420 euros no es una medida efectiva ni ejemplarizante. En su lugar recomiendo sentencias coherentes, proporcionadas y reparadoras como pueden ser la prestación de servicios en beneficio de la comunidad y la asistencia a cursos de conciliación social y desarrollo sostenible.
Una situación económica desfavorecida no justifica esta falta de sensibilidad urbana y, porque no, de concienciación ecológica. El trato social con familiares, amigos y conocidos, con independencia del ámbito de influencia, contribuyen a mejorar o distorsionar el espacio en el que nos movemos. Tan grave es tirar al suelo, al retrete, al río… cáscaras, chicles, pañuelos de celulosa usados, colillas, la publicidad del parabrisas, latas de refrescos… como estacionar vehículos en pasos de cebra e imposibilitar el acceso, entre otros, a progenitores empujando el carrito de sus hijos e incapacitados en sillas de ruedas; circular por las aceras atropellando a otros peatones o, por citar algunos ejemplos, ignorar las recomendaciones ofrecidas por los semáforos provocando en más de una ocasión frenazos bruscos y sustos innecesarios. Pequeños gestos que dificultan, y mucho, el día a día. Por el contrario, el cumplimiento de unas mínimas normas de urbanidad o saber estar facilitan la convivencia social y el progreso sostenible que tanto demandamos.
No hace mucho tiempo viví una experiencia similar. Me acerqué hasta el parque con mis hijas, allí nos encontramos con una amiguita del colegio que estaba comiendo pipas con su madre y abuelos maternos; todos, sin excepción, echaban las cáscaras al suelo. Mis chicas, tras solicitar autorización para comerlas, iniciaron la degustación agrupando las envolturas en la mano contraria a la que sostenían las semillas; cada poco acudían a la papelera más cercana para liberar el contenido de sus pequeños miembros. En lugar de tomar ejemplo y darse cuenta de la falta de cuidado que estaban teniendo con el jardín en dónde jugaban, además de otras decenas de niños, su retoño, la quejosa madre me espetó: “Dile a tus hijas que tengan más cuidado que se les cae alguna cáscara encima de mi revista…” Sin palabras. Para los más curiosos comentaré que mi reacción fue reconocer haber distinguido a un amigo y despedirnos. Quién dijo aquello de… mejor solos que mal acompañados…