Educación monetaria
Educar es difícil. Provoca miles de dudas e interrogantes sobre la actitud, el comportamiento y la recomendación correcta que ofrecer a nuestros vástagos en cada momento y situación precisa.
Afortunadamente contamos con los consejos que leemos o recibimos de expertos profesionales en la materia y progenitores amparados por la experiencia, y el decisivo el día a día que ayudan a decidir el camino a seguir.
Enseñar el valor real del dinero es una de las tareas que debemos incluir en la formación integral de los menores. Conocer cómo lo conseguimos, el empleo que le damos al mismo, las prioridades en el presupuesto y la partida destinada a gastos superfluos (prescindibles) es una información fundamental que ayuda a entender que no pueden tener todo aquello que desean y facilita que aprendan a tomar decisiones.
Comparto fielmente la sentencia escuchada a mi apreciado Javier Urra hace años: “los niños necesitan frustrarse”.
Los principales errores que cometemos en la educación monetaria que damos a nuestros hijos son:
No hablar del dinero hasta que los consideramos “mayores” para comprender qué es y qué hacer con él; tardamos en apreciar su madurez…
Plegarnos a sus exigencias en lugares públicos, para prevenir o apagar una rabieta; flaco favor les hacemos…
Ofrecer una recompensa en forma de monedas por realizar tareas de la casa indicadas para su edad. Se premia a posteriori, no como incentivo, y por una acción “extra”, no cotidiana; existen los derechos y las obligaciones…
Dificultar el ahorro si el destino del mismo no nos satisface; la argumetación es inexistente, ¿para qué?…
Y, enfocar el trabajo, origen de nuestros ingresos, como una obligación pesada en lugar de una meta con unos objetivos a alcanzar. ¿Dónde queda la motivación, el afán de superación, la satisfacción de la tarea bien hecha?…
“No encuentres la falta, encuentra el remedio”. Henry Ford