La inutilidad del estrés
«Bajo la sombra de un árbol nacieron las palabras, las historias, los relatos. Y la vida fue tan fantástica. Se llenó de emociones» (Ernesto Rodríguez Abad)
Hace unos días, en una práctica de la clase de oratoria que estaba impartiendo en la Universidad de La Coruña, pedí a mis alumnos que compartieran con todos los presentes -de pie, frente a ellos y sin barreras físicas- una experiencia de su vida de la que se pudiera extraer, en el momento o a lo largo del tiempo, una conclusión optimista. Mi permanente afán de extraer lecturas positivas me persigue… 😉
Cristina, decidida y avezada oradora, contó una anécdota que tituló “la inutilidad del estrés”. Relató cómo había llegado el tan temido y anunciado día -su jefe le repetía sin cesar que inevitablemente sucedería- en el que un oyente se durmió en su charla, pese a sus continuos intentos por “espabilarlo”.
Si el título lograba atrapar al espectador al cumplir las características que debe protagonizarlo –descriptivo, sugerente, atractivo, conciso y efectivo– la exposición, reviviendo la experiencia, la mantuvo.
Cristina narró cómo se esforzó durante toda su disertación por aportar detalles que interesaran a su audiencia, cómo se esmeró por variar su tono, volumen y velocidad vocal, y cómo luchaba por vencer el abatimiento que se apoderaba peligrosamente de su ánimo.
Fuente: http://thinkandsell.com/blog
Pese a sus infructuosos intentos -no logró despertar al caballero en cuestión -siguió adelante con su explicación, hasta finalizarla, confesando abiertamente y sin pudor a todos los que la escuchábamos absortos, que lo que se anunciaba como una charla de la que preveía salir airosa se convirtió en una dolorosa experiencia .
Su sorpresa llegó cuando el “durmiente” se le acercó, pocos minutos después de su finalización, para mostrarse su conformidad con todos los puntos que había detallado en su intervención. No dejó uno sin nombrar…
La escucha de este acontecimiento provocó que otras personas presentes en el aula confesaran situaciones similares vividas en sus realidades cotidianas.
Moraleja: nunca te des por vencido. Prepara todas tus intervenciones, cuida hasta el último detalle sin escatimar conocimientos, ideas, recursos, posibilidades y ensayos.
Confía en ti, ama lo que haces y ofrece tu mejor discurso derrochando humildad, naturalidad, singularidad y entusiasmo.