El descanso de los guerreros
Soy madre de dos adolescentes a punto de cumplir 14 años. Son dos niñas educadas y respetuosas, pero no porque haya tenido suerte, me hayan salidos buenas o chorradas por el estilo que he escuchado en varias ocasiones. Son educadas y respetuosas porque me he preocupado por su formación y comportamiento desde que eran bebés.
Una de las cuestiones a las que he prestado especial atención es a la prioridad de la obligación sobre la devoción. Primero los deberes antes que la juerga. Es una máxima que conocen y comparten. Tienen perfectamente asumido que los días de colegio demandan unas prioridades distintas a los fines de semana. El diálogo activo y la confianza son básicos para la consecución de acuerdos.
Llevo años escuchando, asombrada, muchas historias acerca de amigos o compañeros que no tienen una rutina establecida para las comidas, actividades extraescolares, deberes, salidas, etc. ni, por supuesto, una disciplina en cuanto a hábitos ni a horarios.
Conocen a la perfección programas nocturnos no adecuados para ellos: encierros de convivencia en casas, supervivencia en islas, etc. en los que no se potencian relaciones interpersonales de calidad.
Saben de sobra qué series echan cada noche y qué sucede en cada capítulo.
Juegan partidas, individuales o colectivas, hasta altas horas de la madrugada.
Leen, en horas que les roban al sueño, «instructivas» revistas que les dice como comportarse con jóvenes del sexo contrario, y lindezas del estilo.
En nuestra casa, las “maquinitas”, como suelo llamar a todo tipo de consolas, están guardadas durante los días de colegio y tampoco se ve la televisión por la semana –salvo excepciones puntuales-.
Procuro que se acuesten a una hora prudente, que gira en torno a las 10.30. Horario que no se cumple cuando hay exámenes o muchos deberes.
Y, amén de muchas otras cosas, practicamos a diario el noble arte de la conversación en la que tratamos, entre muchas otras cuestiones, cómo les ha ido el día, sus sentimientos y aspiraciones, situaciones han vivido que les han aportado aprendizajes, etc.
Me llama la atención la noticia que ofrecieron este mediodía en el telediario. Especialistas en rendimiento escolar proponen empezar las clases a las 10, con el objeto de mejorar los resultados de los adolescentes y compensar la pérdida de horas de descanso nocturno.
La razón que alegan es que a esta edad los jóvenes tardan en «coger el sueño» y deben dormir 9 horas para estar bien fresquitos por la mañana. Le auguro poco efectividad a la implantación de tan curiosa sugerencia.
Propongo, como progenitora, otra medida más asequible que ofrece resultados a corto plazo: amena charla en la cena –hora de encuentro de la familia en la que repasar lo que ha sucedido a lo largo del día-, y dejar los móviles y la televisión «en silencio» a partir de las once de la noche.
¡Todo sea por el descanso de nuestros guerreros! 😉