EXIGUA SOCIABILIDAD
Acabo de leer un artículo titulado “Los cerdos de la ciudad” en un diario de mi localidad, editado el 31 de enero de este año, que me ha provocado sentimientos encontrados por la brutal franqueza con que el autor expone sus argumentos sin hueco para la esperanza o el reconocimiento.
El periodista relata una “asquerosidad” que está sucediendo en la sauna de una piscina municipal en la que varios ¿señores? evacuaron sin pudor provocando la sustitución en varias ocasiones de una parrilla allí situada, a la vez que establece un símil entre el comportamiento de los cochinos y el de los humanos.
Justifica las costumbres de los porcinos, “animales inteligentes y muy limpios” al afirmar que jamás evacúan en el mismo sitio donde comen o duermen y se revuelcan en el lodo para mantener reducido tu temperatura corporal, eliminar aprovechados parásitos que se alojan en sus pieles así como protegerse de las quemaduras que provoca el sol.
Critica la falta de civismo que se produce en nuestra hermosa ciudad, “por puercos de dos patas”, citando numerosas manifestaciones del mismo: vómitos en calles repletas de locales de copas; orinas en cualquier vía pública; defecaciones de canes, en jardines y plazas; escupitajos en las aceras; y acciones como toser o estornudar con la boca abierta, especialmente en espacios reducidos atestados de gente (léase, ascensores).
A estos ejemplos me permito añadir muchos otros como rascarse sin consideración en partes del cuerpo delicadas (por su estratégica ubicación); mostrar impudorosamente zonas, que deberían estar reservadas para los ojos de personas de nuestra elección; tirar pañuelos usados, envoltorios varios, chicles masticados, cigarrillos aprovechados hasta el último milímetro y un sinfín de objetos más al pavimento; prender el pelo con una varilla del paraguas, dar un empujón, un pisotón o apartar a uno sin la menor contemplación; dejar restos de nuestra presencia en arenales y arboledas; hablar a gritos o interrumpir el paso en las aceras; aparcar en pasos de cebra o en los accesos a los garajes; echar mano de la bocina a la mínima ocasión acompañándolo, en ocasiones, de gestos obscenos con las manos o la cara; … ¿Sigo?
Exigimos, no pedimos; criticamos, no nos interesamos; gritamos, no argumentamos. Lamentablemente, estas situaciones y acciones son prácticas que podemos encontrar en infinidad de situaciones y lugares. Aun así, me resisto a aceptar que esta descripción es la tónica general que nos caracteriza y que estamos perdidos sin remedio. No señor.
Como firme defensora de una necesaria urbanidad, adaptada a las peculiaridades e idiosincrasia de la época en la que vivimos, propongo predicar con el ejemplo, ser tolerantes y proactivos, empatizar con nuestros semejantes, imprimir delicadeza a nuestras reprimendas y firmeza a nuestra cortesía en lugar de reproches, juicios y disputas.
En otra ocasión, relataré numerosas muestras de urbanidad y cortesía que también podemos encontrar a diario en nuestras relaciones interpersonales y en las calles de nuestra ciudad porque… ¡Haberlas, hailas!