CONVERSAR ES UN ARTE
Las reglas de oro de la palabra hablada recomiendan elaborar el pensamiento, dar forma a la idea a transmitir; expresarla en el momento oportuno mediante enunciados concretos; centrar la vista en los receptores del mensaje para captar y mantener su atención; gestualizar de forma natural, sin forzar posturas o ademanes; introducir silencios en la conversación, como forma de realzar la información aportada; y, hablar a una velocidad comprensible para la audiencia, entre 120 y 180 palabras por minuto.
Las características básicas de la conversación se asientan en la coherencia en la exposición, la claridad y precisión en la explicación, la participación activa de los distintos interlocutores y la contribución pertinente, específica y veraz de la información empleando un estilo expresivo, dominado por frases cortas. Exponer, razonar, informar, comentar, argumentar, motivar, debatir… son los objetivos que centran la charla
Emplear un lenguaje sencillo, sin confundir con simple u ordinario; comprensible por todos los presentes en el coloquio y respetuoso con toda raza e ideología política o religiosa, facilitará la comprensión de los asuntos abordados y los argumentos empleados. Prescinde de jergas, tecnicismos, extranjerismos que dificultan la interpretación de la materia abordada.
El tema de conversación es necesario como nexo de unión de los integrantes en la charla. Facilita la conversación, propicia la integración, fomenta la reflexión, impulsa al entendimiento y proporciona información y distintos puntos de vista sobre el asunto tratado. Indudablemente, se hace imprescindible en cualquier situación en el que dos o más personas hablan de un tema que conocen, y hasta dónde conozcan…
A lo largo del tiempo se ha transmitido la prohibición de recurrir al sexo, la política, los deportes, la religión o los temas escatológicos. Respecto al primero he de confirmar que concierne única y exclusivamente a los integrantes de la relación. ¡Tomen nota muchos…! Lo escatológico no es precisamente muy agradable ni elegante tratar pero respecto a los otros temas tratados discrepo. Para empezar soy poco amiga de las prohibiciones tajantes sin fundamentos que las sustenten. Además, defiendo la existencia de otros factores como son las personas con las que mantenemos la conversación: accesibles, tolerantes, afables… o no, que condicionan la oportunidad o inoportunidad del tema a tratar.
Si prevemos que sacar a relucir un asunto que concierne a la política, la religión o los deportes de grupo van a provocar disputas o generar rencillas presentes o futuras lo mejor, o lo recomendable, es reservarlo para una situación en la que se pueda hablar, defender o rebatir en un marco dominado por el respeto, la tolerancia, el entendimiento y la comprensión. La confianza que mantengamos con los interlocutores marcará el motivo de la charla.
Monopolizar la conversación sitúa a su protagonista en un pobre lugar, otorgándole la condición de charlatán; al igual que propiciar las batallas dialécticas, o aportar críticas hirientes contra otras personas, culturas o tradiciones.
El recurso de las frases hechas empobrece el discurso. Constituyen un reducido número de vocablos vacíos, carentes de contenido e impersonales. Expresa tu mensaje buscando en tu interior las palabras que permiten expresar tus emociones, propósitos, intenciones, sentimientos, ilusiones, esperanzas…
Qué desafortunadas resultan las comparaciones. Me resulta imposible encontrar algún ejemplo en el que alguna de las partes implicadas: persona, animal, planta, territorio, lugar, objeto… no resulte perjudicada. Son del todo innecesarias para hacernos comprender una situación, un momento, una duda, un problema, un sentimiento, una dificultad. Para hacer llegar correctamente un mensaje tenemos a nuestra disposición las siempre resolutorias y aclaratorias anécdotas, experiencias o ejemplos. Permiten visualizar la historia que contamos o la idea que pretendemos transmitir. Echemos mano de ellas.
Aficiónate a una conversación dominada por el respeto, la moderación, el orden, la tolerancia, el sentido del humor, la cortesía y la alternancia de los integrantes en la charla; provocarán un coloquio ameno, participativo, dinámico, novedoso, atractivo…
Conversar es un arte y como tal debemos practicarlo y disfrutarlo. Cómo dice un maravilloso proverbio árabe: “No abras los labios si no estás seguro de que lo que vas a decir es más hermoso que el silencio”.