7D, El DEBATE ¿DECISIVO?
El 7 de diciembre es una fecha que quedará grabada en los anales de la historia al asistir a a un momento único en la democracia española, el debate entre los cuatro principales candidatos a la presidencia del gobierno de España. Bueno, tres candidatos y la mano derecha del cuarto.
Un debate en el que los protagonistas debían mostrar su preparación desde la triple perspectiva de candidato, contrincante y ciudadano.
Un debate que se presentaba como fundamental y decisivo pero que no ha movido conciencias ni concretado decisiones.
Fuente: www.antena3.com
Soraya Sainz de Santamaría, candidata del PP, se presentó con pantalón y americana de terciopelo oscuros –imagen seria en la que confiar-, con las mangas ligeramente remangadas –señal de cercanía-, reducido escote, zapatos corte salón de tacón aguja y suave maquillaje con los labios marcados. Rasgos que resaltaban la feminidad de la única mujer presente en el evento.
Sainz de Santamaría partía en posición ventajosa, el no ser candidata a la presidencia le restaba presión. Fue la única de los debatientes que no llevó, ni recurrió como otros, a papeles a lo largo de la emisión del programa. Segura, centrada en el control de la velocidad, pausas y entonación puntual, y la coordinación entre manos y discurso, hizo de la defensa de la economía su estandarte.
Pedro Sánchez, del PSOE, vistió traje semiformal, pantalón gris, chaqueta azul, su inseparable camisa blanca –símbolo de la transparencia que predica- y corbata roja. Es el candidato que más propuestas formuló pese a lo cual no convenció, desaprovechando la oportunidad que le permitía arañar miles de votos a su favor.
El retraso en su aparición en el plató –adjudicado, según comunicó su partido, a problemas de micrófono (imagino que sería el único que careció de asistentes que lo acompañaran durante estancia en el edificio y le avisaran de todo tipo de incidencias)- posiblemente provocó que no controlara tan bien como en otras apariciones públicas su serenidad y aplomo. A lo que hay que sumar su milimétricamente controlado lenguaje gestual y la ausencia de su característica sonrisa, que emplea para suavizar tensiones.
Albert Rivera, de Ciudadanos, escogió un traje de dos piezas gris marengo, -representativo de la formalidad que se le presume al próximo presidente del gobierno- inmaculada camisa blanca y corbata granate. Autor de un discurso que domina, y que mejoraba a medida que avanzada la sesión, se presentó novel en el control de manos, brazos y pies, especialmente en la primera parte de la jornada.
Las sonrisas, que habitualmente reparte con generosidad, escasearon salvo aquellas irónicas o de desconcierto por lo que estaba escuchando, rasgo, por otra parte, común a todos los participantes. Un Albert Rivera que no ha satisfecho las expectativas generadas pese a que reconoció tras el debate sentirse “comodísimo”, afirmación que cuestiono dado su permanente balanceo -sobre todo en la primera parte del debate- combinado con taloneo, sujeción de manos, control de dedos, etc.
Pablo Iglesias, de Podemos, se presentó en vaqueros y camisa azul clara –emitiendo un claro mensaje de sencillez y apertura hacia la mayoría de los votantes-. Autor de una personalidad dominante, no descuidó en ningún momento la posición estable, el cuerpo erguido y los pies firmemente pegados al suelo, dominando el espacio que ocupaba con la apertura de brazos.
Una persona fría y segura, que domina la dialéctica y el lenguaje gestual, que descuidó el contacto ocular directo y el poderoso poder de las manos, un injustificable “bic” -bolígrafo de uso popular, explícito mensaje a los escuchantes- le acompañó en todo momento.
A la media hora del inicio, no pude evitar tuitear “Un debate cansino y previsible con un lenguaje gestual que delata inseguridad, nerviosismo e incomodidad ¡Ojalá mejore!”. Impresión que mejoró poco a medida que avanzaba el evento electoral.
Fuente: www.ondacero.es
El grupo Atresmedia, organizador del debate, propuso un formato ágil, dinámico y novedoso, sin control de tiempos ni turnos de intervención –a excepción del primero y último, acordados por sorteo-. Lograron un debate vivo pero aburrido, intenso pero encorsetado, ágil pero incómodo para los participantes. No acierto a entender la razón por la que candidatos y presentadores no gozaron de las mismas condiciones, es decir, tener una mesa delante donde posar las manos hubiera mejorado sensiblemente la postura de los candidatos y los mensajes que enviaron a través de las mismas.
Considero una tortura someter a los aspirantes, a lo largo de dos largas horas, al mantenimiento de una postura abierta frente a cámaras y audiencia, máxime cuando es la primera vez que un debate se celebra en estas condiciones. Cierto es que disponían de un taburete alto para sentarse, si así lo estimaban oportuno, pero el miedo a ofrecer debilidad superó a la proyección de comodidad. Me pregunto si no se sentaron por miedo a no sentirse cómodos en esa postura, o desconocer cuál era la más adecuada para la situación que vivían.
He presenciado un debate respetuoso -salvo algún encontronazo verbal puntual y repetidas apelaciones a la gastada estrategia dialéctica de demandar tiempo para uno sin interrupciones- pero tedioso, en el que los interactuantes no se sintieron cómodos ante la presión de la cita, la posición que ocupaban, la postura exigida, etc.
Asistimos a cuatro mítines ofrecidos simultáneamente con intervenciones intercaladas…
Un debate en el que el diálogo de las miradas -poderoso lenguaje que muestra y demuestra sinceridad y confianza- ha fallado. Su reducido uso se centró en mostrar asombro ante lo que se escuchaba. ¿Hacia dónde mirar? ¿Mirada de introspección, mirada a los contrincantes, mirada a los presentadores, mirada a la audiencia?… ¡¡Todas!!
Un debate en el que he presenciado un abuso de las manos de predicador -palmas apuntando al cielo como símbolo de honestidad y apertura hacia los escuchantes-, manos en forma de cúpula -pirámide con los dedos apuntando hacia el cielo como muestra de seguridad y decisión- y un uso efectivo de los dedos para guiar enumeraciones.
Un debate plagado de sonrisas irónicas, manos fuertemente ilustradoras, controladas pausas, gestos adaptadores, movimientos aprendidos, miradas amplias y tensión palpable.
Un debate en el que, pese a preparar con esmero sus intervenciones orales, los participantes descuidaron la narración de historias –el efectivo storytelling- y descartaron la persuasiva comunicación emocional.
Dos puntualizaciones por cuestiones que me “chirriaron”…
A Sánchez, empeñado en su “todos y todas”, “compañeros y compañeras”, le recomendaría que por pura cortesía, si se empeña en mantener ese despilfarro lingüístico, cite en primer lugar a las damas.
“Tranquilos”, “No se pongan nerviosos”, “Cálmense”, es una pobre herramienta de dispersión, empleada por Iglesias y colaboradores, y un rechazable y eficaz instrumento para alterar los nervios de los contrincantes.
Lo que más me ha decepcionado del debate fue la falsa confianza mostrada por los candidatos al final del mismo –afirmaron sentirse cómodos, seguros y convincentes-, y la admiración ciega de sus colaboradores –empeñados en ver ganador a su jefe pese a las debilidades mostradas y demostradas-.
Escuchar a candidatos y colaboradores afirmar la solvencia, autenticidad, etc de los debatientes me llevó en volandas imaginarias a la noche de las elecciones, noche en la que invariablemente no hay vencedores ni vencidos.
Soraya, Pablo, Albert y Pedro fueron, por ese orden, los que mejor se manejaron en el decisivo debate. La autenticidad adoptó la figura de Soraya Sainz, la ambición se reflejó Pedro Sánchez, el nerviosismo se personalizó en Albert Rivera y la seguridad se afianzó en Pablo Iglesias.
Los moderadores, impecables. Sólo una pega, el flojo apretón de manos de Ana Pastor en la presentación de los candidatos… ¿Anticipaba una sesión “floja”?
http://www.atresplayer.com/television/noticias/debate-7d/