POR LOS NOVIOS
Hace unos días, me encontraba de viaje cuando una persona muy querida me telefoneó para anunciarme su enlace la próxima primavera a la vez que me pedía que me encargase de todos los detalles referentes a su organización. Al momento me marqué el objetivo que marcará todos mis movimientos, ofrecerle una boda inolvidable que provoque una luminosa sonrisa en su cara cada vez que recuerde cualquier motivo de tan entrañable día. Una ceremonia nupcial marcada por el constante guiño a la sureña comunidad de origen del novio y de muchos de los invitados.
Nada más llegar a mi tierra, donde va a tener lugar la celebración, nos pusimos manos a la obra y empezamos por comprobar fechas disponibles en la basílica de la capital donde tendrá lugar la ceremonia religiosa a la vez que confeccionamos una lista de posibles fincas, hoteles y restaurantes con capacidad para la ingente cantidad de convidados que previsiblemente se juntarán.
Casi decidido el idílico lugar donde tendrá lugar el convite, en un incomparable marco gallego, inicié las reuniones con los profesionales que atenderán el cáterin. Entre las múltiples cuestiones que tratamos: menú, tipos de servicio, sistemas de indicación del protocolo, etc., abordé el tema de la entrada de los novios en el comedor, una de las asignaturas pendientes en toda celebración conyugal.
La tradición manda que los invitados esperen a los contrayentes sentados a la mesa donde disfrutarán del espléndido banquete. A su llegada, familiares y amigos se levantan de sus asientos para recibirlos y el metre se acerca a darles la bienvenida a pie de sala a la vez que les ofrece dos copas de cava para su primer brindis nupcial. Los novios toman sus copas en la mano, entrelazan sus brazos, se miran a los ojos y silenciosamente, se dedican toda clase de deseos y proyectos en un instante mágico e inolvidable. Tras esta felicitación íntima, el jefe de comedor les conduce a la mesa presidencial.
¿Qué ha fallado en esta emotiva escena?
Está incompleta. Los novios ejercen el papel de anfitriones y como tales deben brindar con sus invitados. Cuando los consortes hacen su aparición en el comedor, los comensales tendrán servido en sus copas una pequeña cantidad de champán para acompañar a la feliz pareja en sus deseos de felicidad. Tras realizar el brindis íntimo, ésta debe dirigirse a sus invitados y alzar sus copas para conmemorar juntos la inolvidable fecha.
Los responsables del salón de bodas acogieron la iniciativa con entusiasmo, considerándola muy elegante. Me pidieron permiso para ponerlo en práctica a partir de ese momento en todos los banquetes nupciales que celebraran, a lo que accedí gustosamente.
Mi sorpresa llegó poco más de 24 horas más tarde. La casualidad hizo que me acercara al establecimiento hotelero a cenar justo en el momento en el que los novios hacían su entrada en el comedor nupcial. Tras tomar sus copas en la mano, entrelazar sus brazos, mirarse íntimamente y brindar por sus deseos satisfechos… la pareja se giró para mirar a sus invitados, levantar su copa y brindar con ellos, sus familiares y amigos.
Secuencia completa y perfecta.