No me chilles, que te leo*
Somos generosos. Nos gusta compartir los éxitos de nuestro día a día en nuestras redes sociales, por WhatsApp, en emails y foros. Pequeñas victorias que proporcionan felicidad, dulcifican las rutinas y aumentan la confianza en las metas que nos marcamos.
La forma de compartirlas, de hacer ver la inmensa satisfacción que nos producen –que no siempre es tan inmensa– hace que escribamos las noticias en mayúsculas, pronunciadas en voz alta, muy alta. Efecto que se conoce como mayúsculas sostenidas.
¿Que me han subido el sueldo? En los tiempos que estamos supone, como mínimo, el gordo de la lotería de Navidad o la combinación ganadora del Euromillón. ¿Que se acerca el finde de nuestros sueños? ¡Qué suerte! Es una aspiración secreta para muchos. ¿Que fulanito ha adelgazado 10 kilos y entra en el traje de la boda que tendrá en verano? ¡Me apunto a los resultados de la dieta! Caso aparte es compaginar el objetivo con el método.
Para aquellos afortunados que pueden presumir de su nueva economía; para esos sujetos que quieren que los destinatarios de sus mensajes se mueran de envidia – ¡qué mala fe!– o celebren las 48 horas que se presentan dignas para el recuerdo, y para los afortunados que se quieren un poco más gracias a su recuperada figura, qué menos que una fotito hortera del antes y el después de las hazañas. Acompañada, of course, de un texto repleto de letras grandes, lisas, sin horizonte lineal y carentes de variedad rítmica, que testifiquen el cambio.
Foto tomada en el Museo Interactivo de la Historia de Lugo, MIHL. Exposición «Elas»
Lo sé, los antiguos romanos empleaban las mayúsculas para plasmar sus actos heroicos en textos leídos en voz alta en eventos solemnes, pero estamos en pleno siglo XXI y conviene ampliar nuestro repertorio de prácticas para dar a conocer una noticia que nos alegra.
Las mayúsculas tienen defensores y detractores. Los que están a favor argumentan que facilitan la lectura de personas con deficiencias visuales –que se puede compensar con la inclusión de marcadores tipográficos y el tamaño de las fuentes–, ahorran tiempo y esfuerzo de escritura y que son una poderosa manifestación de enojo ante aquello que nos irrita. Los que las critican abiertamente opinan que su empleo equivale a gritar al lector, además de dificultarle la lectura, aumentar la fatiga visual y suponer una imposición, una llamada de atención ordinaria a disposición de quien quiera utilizarlas.
En mi opinión, abusar de las mayúsculas hará pensar a los lectores que estás cabreado, que tus puntos de vistas son incuestionables, que quieres hacerte notar o que desconoces las normas básicas de ortografía y gramática; además de obligarles a leer letra a letra el escrito, en lugar de palabra a palabra.
Y ahora… ¿seguimos siendo fans de las mayúsculas sostenidas?
Limítate a emplearlas para resaltar una frase corta o una palabra.
No compartir una alegría fugaz que nos deleita el alma –o reconcome al que la lee– es de mal samaritano, así que ya sabemos: a modiño y buena letra.
*Publicado en La Voz de Galicia